Cómo volverse inolvidable
Ser ignorado u olvidado por alguien que nos importa es una de las sensaciones más desafortunadas y tristes que una persona puede padecer. Y ni siquiera el consuelo gramatical de que quien te ignora automáticamente se convierte en “ignorante” puede atenuarlo.
Por el contrario, no pasar desapercibido y perdurar en el pensar y sentir más allá del propio tiempo (ahora que lo pienso un poco mejor, “inolvidable” puede suponer la posibilidad de querer ser olvidado a pesar de uno) es quizás la gran quimera que todos, en mayor o menor medida, perseguimos o deseamos en algún lugar recóndito o no tanto de nuestros adentros.
Ahora bien: dicen que lo que vale cuesta, y por algo es. Bueno, claro, esto puede resultar cierto para una gran mayoría, pero no para los lectores de “Qué blogudo!!!” quienes, a partir de hoy, tendrán la llave para abrir la puerta de la memorabilidad, limpiarse los pies de la intrascendencia en el felpudo de la mediocridad, y entrar en la casa de la realización personal para vaciar la heladera de la indiferencia, hacerle el amor a la hija del anonimato y acabar en el busto de la plaza barrial.
Alguien en cierta ocasión se preguntó si la memoria popular guardaba registro de la segunda persona que llegó a América (infiriendo que Colón fue la primera) o quién fue el segundo hombre en posar su pie sobre la superficie lunar. Esta reflexión, que a priori puede resultar irrelevante o urológicamente externa, tiene su razón de ser, y es que para resultar memorable lo importante es llegar antes (y no voy a tolerar burlonas e inmaduras alusiones sexuales al respecto porque estamos tratando un tema sensible que demanda cierta seriedad). Sí, el secreto de la memorabilidad se reduce a ese simple hecho de ser primero. De colonizar el territorio inédito, inestrenado, inexplorado, inaudito, inescrutado; el que nunca ha sido vencido por el descubrimiento del ojo. Es decir, invisto.
Si no, basta con citar el primer beso. El primer amor. El primer día de clases. El primer trabajo. El primer ministro. Todos, a su manera y tiempo, han dejado huella, hecho mella y aportado rima a esta oración.
Por ello, como conclusión obvia, el primer secreto que se desprende de esto es el anticiparse a la conquista del ser deseado -quien nos proporcionará la tan ansiada memorabilidad-, antes de que otro lo haga. Es decir, asegurarse de ser el primero en desembarcar en la vida sentimental de la persona en la cual deseamos perpetuarnos. La pregunta que se impone entonces es “¿cómo se puede saber cuando uno es el primero?”. Por suerte la respuesta no se hace esperar (aunque esto no la convierta en “fácil”, “rápida” o, directamente "trola"): hay que observar a la juventud que siempre tiene algo para enseñarnos. Y con esto no me refiero a que los jóvenes tienen cosas de las cuales podemos aprender, sino que hay que ir a la salida de los colegios a mirar a las chicas que nos enseñan sus piernas.
Seguramente no faltará quien, horrorizado por las líneas precedentes, levante su dedo acusador para señalar una incitación o apología de la pedofilia o el abuso de menores. Lejos está nuestro espíritu de eso: algo en extremo lógico, seguramente porque el avistaje de colegialas nada tiene que ver con el espíritu.
Hecha esta salvedad -y continuando con el tema que nos convoca- lo que sigue es relativamente simple (es decir, absolutamente complicado): una vez que nos hemos procurado la joven víctima, para alcanzar el éxito basta con machacarle dos conceptos: “Todo tiempo pasado fue mejor” y “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Este accionar, si está bien implementado, dará sus generosos frutos ya que, pase lo que pase, y por buenos que resulten los amantes que nos sucedan, en el futuro no sólo siempre seremos el pasado más anterior (incluso a los sucesivos pasados que se vayan dando), sino que, aunque seamos el peor de todos ellos, seremos preferibles. Añorables. Inimitables. Un amor que es cada vez más grande y nunca decae, gracias al Viagra de la melancolía y la bomba de vacío de la añoranza.