Vittorio Gassman, il torpedieri piu sorprendenti de’ll mondo.
Reunión a la que iba Víctor, reunión en la que pasaba. Nadie había reparado en el detalle que se repetía invariablemente. Como un patrón que se sucedía tal cual una y otra vez. Quizás pasaba desapercibido porque Víctor no era el único presente en todas las juntadas, sino que iba con toda la barra. A lo mejor era porque muchas veces las damnificadas eran mujeres, y no es de caballero el andar señalando a una dama cuando suena un flato en la sala. Quizás era porque, al ser algo tan escatológico, no daba para hacer quilombo. No, está bien. Es mentira. No te voy a engañar. No era por nada de eso. Te voy a contar la posta. Aunque lo mande en cana. En realidad era porque no había motivos para acusar a nadie. Era raro, pero los pedos –siempre estruendosos-, parecían venir de cualquier lado, sin distinción de sexo, edad ni clase social. Era raro, sí, que siempre, inexorablemente, sonara la ráfaga como una salva de cañonazos honrando a los caídos en batalla. Pero nunca nadie sospechó del verdadero culpable: Víctor, a quien hoy puedo acusar, porque ya pasó mucho tiempo y nadie sabe qué se hizo de su vida. Víctor. El eterno estudiante que adquirió el particularísimo don de la ventriloquía anal.