martes, 19 de septiembre de 2006

Teletransportación de objetos.

Ni la brillantez de Leonardo ni la capacidad visionaria de Verne pudieron preverlo, así como tampoco las complejas teorías de Stephen Hawking o Carl Sagan.
La teletransportación de objetos, aunque en una etapa aún experimental, ya es una realidad concreta que ha llegado para instalarse entre nosotros. Y quien ha dado el puntapié inicial para dar con la fórmula no fue ningún científico de ningun renombrado centro de investigación estadounidense, sino una simple ama de casa del barrio de Laferrere.
Todo comenzó cuando Norma Spegazzini estaba aprontándose (si no fuera porque tenemos una foto suya, hubiéramos usado la expresión “poniéndose linda”) para acompañar a su marido a una fiesta que organizaban en el trabajo de él. Y estaba dando los últimos toques, decíamos, cuando llegó el turno de ponerse los aros… y una de las tuerquitas se cayó al piso. “Clin clin clin…” -se escuchó claramente. A estas alturas del relato ustedes seguramente estarán pensando “Bueno, eso a mí me pasó mil veces”. Sí, por supuesto. Y también seguramente se habrán cansado de buscar la tuerquita en el piso. Debajo de la cama. Entre los pliegos de la ropa. Debajo de la cómoda. Pero no tuvieron la astucia y las agallas de Normita de ir por más, y tirar la otra tuerquita. Y perderla, lógicamente. Así con todas y cada una de las 46 tuerquitas de los otros tantos aritos (sin contar las argollitas, claro está) que Norma fue acumulando con el correr de los años en su “alhajero” de plástico corroído por el sol. Y suerte que no siguieron su ejemplo. Porque si no, se hubieran dado cuenta de que ninguna estaba en el suelo. Ni debajo de la cama. Ni entre los pliegues de la ropa. Ni debajo de la cómoda. No señor. De hecho, Norma nunca encontró las tuerquitas. Fue Eusebio Sánchez, un hurgador de basura, quien las encontró en un pañal cagado yaciente en el cinturón ecológico de Villa Soldatti. El pañal de Luisito Damasceno, el bebé de diez meses que, cierto día -y a varios kilómetros de distancia de la casa de Norma-, se comió, con un intervalo de 15 segundos entre ellas, 48 tuerquitas de aro que fue encontrando en un lugar que un grupo de científicos aún está tratando de determinar con precisión para poder replicar el proceso en laboratorio.

6 comentarios:

Juan Martin Zubiri dijo...

Esto explica el sorete que apareció hoy en mi sanguche del almuerzo...

Mi mundo es INMUNDO!

la enmascarada dijo...

yo perdí muchas tuerquitas, pero no voy a andar revisando pañales cagados.
Dejá, mejor me compro otras nuevas.

Anónimo dijo...

Mirá lo que son las cosas. Yo tengo un amigo (siempre un amigo) que se tragó no sé cuántas tuerquitas chupando orejas.

Anónimo dijo...

ahí deben estar mis lapiceras (pierdo de a 2 ó 3 por mes) y las gomitas del pelo, me cacho!

Cruella De Vil dijo...

Ay no!
Lei ama de casa de Laferrere y Norma Spegazzini y se me atoró el capuccino.
Ahora que dejé de llorar de la risa, sigo.
Después le cuento.
Sabe que lo quiero, no?

Cruella De Vil dijo...

El alhajero de plástico, Luisito Damasceno...
...y además, escatológico.
Naaaaaa!
Usté rulea.